Se nos escapa
el silencio,
la montaña,
el verde;
se nos escapa
un cielo que aturde
de tan brillante, tan azul;
se nos escapa
esa sonrisa que justo
estaba destinada a nosotros
y nos la perdimos,
todo por insistir en sentirnos mal,
en victimizarnos,
en creernos los más desposeídos del planeta.
No entendemos,
no entiendo,
a veces,
el por qué
de esa inclinación
a la amargura, a la queja,
a la negación de lo bueno,
que lo hay
basta con mirar a alguien
a los ojos,
devolver esa sonrisa,
¿cuál sería el problema?
¡es solo una sonrisa
y nada menos!
llamar, visitar
a esa persona,
la que está sola,
la que está enferma,
la que está atravesando
un enorme sufrimiento,
una pérdida,
nosotros,
ocupados
en nuestros ínfimos
problemas,
mientras muchos, muchísimos
mueren de frío
en las calles;
siempre podemos hacer algo,
llevarles ropa, alimentos, vestimentas,
tenemos muchas cosas
de más que guardamos,
que no utilizamos,
¡egoístas!
¿tememos perder nuestro "botín"?
¡montones de objetos, zapatos, abrigos,
que ellos necesitan
no mañana, hoy mismo!
no hay nada que reemplace
a la felicidad de dar,
lo que fuera, lo que tengamos.
Algún día podríamos ser
aquel o aquel otro
que carece de ese plato caliente,
esa frazada, ese albergue;
pues, nadie está a salvo de nada,
ni nosotros,
que, en medio de todo lo que hay por hacer,
por decir, por acompañar,
por ofrecer,
preferimos, -quizás, hasta nos resulta cómodo-,
revolcarnos y revolcarnos
en el lodo de nuestra patética,
insufrible,
auto-compasión.