Se puede decir,
absolutamente, seguros,
-o fingiendo estarlo-:
ya no importa
esta persona,
este lugar,
esta situación,
este dolor.
A veces,
ni uno mismo
advierte cuanto se equivoca,
¡con qué magnitud
roen y roen
ciertas decepciones,
engaños, pérdidas,
no elaboradas, -mucho menos, superadas-,
entre los recovecos, insondables,
de la mente!
de ahí, esa sensación punzante
que a veces se siente
se ignora o se trata de ignorar,
cuando dan ganas de arrojarse al suelo
a llorar
y el llanto no surge;
entonces, queda oprimido
-aunque, difícilmente,
logre engañarse al cuerpo, al espíritu-;
y un día, otros días,
uno, quien sea, se enoja
y resulta que no es para tanto,
en algún momento, siempre a solas,
llora y llora
y no entiende el por qué,
piensa que algo malo le sucede.
Es posible, claro,
pues se preservó, se guardó,
para que nada de aquello se repita,
para que no vuelva a doler;
se enclaustró todo ese pesar,
todos esos recuerdos,
todo lo que se padeció por,
debido a ellos
en ese sitio,
que se desconoce,
arrojando, muy lejos -o no tanto-,
las llaves de la caja secreta
para asegurarse, de algún modo,
no recuperar, jamás, lo que tanto teme;
no reincidir,
no reintentar,
no acercarse,
ni rozarlo, siquiera,
para seguir ¿viviendo?
apenas,
engañándose,
apenas,
riendo, haciendo que hace,
diciendo sin decir,
deambulando por aquí, por allá
como un zombie,
con el corazón blindado,
la mirada, impasible,
la tristeza, el agobio,
al parecer, olvidados,
todo por aparentar,
por hacer creer a los otros
que no siente, no sufre, no lamenta,
que lo pasado es pasado
que solo existe el hoy
y es en este hoy
cuando nadie lo nota,
ni siquiera lo sospecha
Es así que noche tras noche
uno, quien sea, se arropa, se esconde
dentro de su cama,
aprieta los ojos, con fuerza,
para que el dormir llegue pronto,
para que esos sueños
-alguna vez, tan esperados-,
no lo alcancen
nunca más.