Que volvieran a atraparme
unos ojos brillantes, intensos;
que mi cara volviera
a ruborizarse,
que algo, lo que fuera,
se movilizara por dentro
¡que temblara
y no de frío!
pero no,
este tiempo de desilusiones
acabó, -espero que no por siempre-,
con todas esas emociones;
no hay nada como apartar la cabeza,
confundirla, entre sueños,
entre quimeras,
nada como no poder hacer nada de nada
sin esa mirada, esa voz, ese decir,
esa vibración interior,
adheridos al cuerpo,
al alma.
No existe algo más difícil de explicar,
más espléndido, apabullante,
que ese estado de enamoramiento;
pero voy, miro, no miro, camino,
ninguno, nadie me detiene,
ni detiene mis otros pensamientos,
los que llevo puestos, sólidamente aferrados,
en y fuera de casa;
nadie que eleve mi sonrisa
a su punto máximo,
que me ilusione al punto
de imaginarlo todo
con la posibilidad de un algo más;
Al parecer, rubricaste el cese
de una manera muy especial de sentir, de ser,
¡de vivir!
de algún modo,
fuiste el último
¡y no quiero
que así sea!
quizás, debería levantar la cabeza,
sumida, como está, en ciertas preocupaciones,
enfocadas en un después, un mañana
que quizás, nunca suceda;
quitarme la razón
por un rato,
relajarme,
abandonarme
a lo que mi instinto, mi intuición
me revelen;
librar al corazón
de su moméntanea, -así lo espero-,
clausura;
hay ojos que me siguen,
palabras que dicen más,
que quieren decirme;
sé bien que todo ello
pasa y lo dejo pasar,
elijo ignorarlo,
en nombre
de una fidelidad,
inútil y empecinada,
a una idea, una proyección,
un film, un poema, una fábula;
a un amor
que pretendí,
-consciente de cuánto me auto-engañaba-,
materializar.