No más
la reiteración del relato
de una pena
que a nadie conmueve;
no más ese empecinamiento,
esa enfermiza voracidad
en pos de obtener
lo que jamás se tuvo;
la luz
invita,
¿por qué no aceptar
el reto?
quitarse de encima tal agobiante bagaje
de sueños incumplidos,
de una precámbrica espera
egoísta, negadora,
la excusa perfecta para alejarnos
de aquello que nos ocupa
-o debería-;
lanzarse
sin tantas precauciones
ni preocupaciones,
al abismo
al que conducen los senderos, inciertos,
de la poesía viva,
de los ¿por qué no?
del ¿por qué no ahora?
¡interrumpir la reincidencia
en tremenda obsesión viral!
dejar de verse
como maniquíes,
detrás de una vidriera,
pálidos,
enmudecidos,
inmóviles;
creyéndose víctimas
de mentirosas,
siniestras, manipulaciones
que siempre, se asume,
provienen
de otros;
cuando, en muchos casos,
somos nosotros
nuestros propios captores;
se trata, quizás, de comenzar a mirar,
a ver,
un poco
más allá;
para así expandir
el alma,
reeditar
aquellos sueños.
No sirve, no aporta nada,
ese reptar
por el paraje inmundo
de la auto-compasión;
crecer
es perder algo
o mucho, -demasiado, a veces-;
crecer
es saber que los altibajos
de la vida
enseñan, fortifican,
nos re-encauzan;
nos recuerdan
cuál era, es
nuestro aliciente,
nuestra elección;
no todo son risas,
fiestas,
presencias permanentes;
la vida es inestabilidad,
sobresaltos,
pérdidas,
cambios, renovación constante,
solo la muerte,
por cierto, la única certeza,
asegura, sin dudas,
extinción de miedos,
pues es quietud,
nulidad,
the end.