¿Saben ellos?
yo lo sé,
cómo duele el desdén,
el desamor
y cómo, en qué medida
se percibe
el aroma, anticipado, del olvido
que llegará
antes, más tarde,
indistintamente.
Pensar
que uno
llega a creer, a ilusionarse
en tal medida,
a depositar en otro, en otros,
todo y más que todo
de sí,
sin darse cuenta
que llegó el olvido,
el peor de todos:
el auto-olvido.
Hay regreso,
siempre lo hay,
a pesar de que cueste hallar los motivos,
reencontrarse, reconciliarse
con esos detalles
que nos particularizan,
que hacen que seamos estos,
así, como somos,
y no otros,
no diferentes.
Cuesta
que esos otros
acepten,
comprendan
ese inesperado
o no,
retorno.
No hay bombos ni platillos,
no hay ovaciones,
no, ningún festejo,
nada,
en ocasiones,
pasa desapercibido.
Solo y nada menos
que nosotros
lo vivimos,
lo disfrutamos,
nos enorgullecemos,
nos decimos:
¡lo logramos!
la vuelta, al fin, a esa casa,
que no es de ladrillo, ni de piedra, ni de madera,
¡nuestra casa interior!
los tan familiares pliegues,
aquellas lágrimas,
las risas, los besos,
integrados
al viejo sillón;
la antigua lámpara,
los polvorientos libros,
la taza de café;
los sueños
-que ya no esperábamos
recuperar-
adheridos con firmeza
a nuestros pensamientos, deseos,
propósitos
aunque, en principio,
casi no los reconozcamos,
entendemos o intentamos entender
que el tiempo pasó
y existen ciertas cuestiones,
-sueños incluidos-,
que no son
ni serán
las mismas.