Sus días,
todos de fiesta;
cada aspecto de su existir,
así se tratara del detalle más insignificante,
cada ritual cotidiano,
cada café, cada cuchara de azúcar,
cada alimento, cada sabor,
cada aroma, gesto,
apretón de manos,
palabra, conversación,
abrazo, lo que fuera,
le significaban
mucho más que a tantos,
muchísimo más que a mí.
Nadie como él
para hacer, hacerme reír;
así, todo le saliera mal,
así, haya sabido siempre que nunca lo quise
como quizás, él me quiso;
cada instancia,
cada vivencia,
lo eran todo
eran el día
y muchos otros días;
aun en el recuerdo
sigo estando,
lo sé, -me lo hace saber-,
entre lo más preciado;
sé que se alegra enormemente por esas dos o tres palabras
ocasionales,
ni siquiera mi voz,
o cada tanto,
muy cada tanto;
él fue, probablemente,
-como alguien me dijo alguna vez-,
lo más sano,
el vínculo más importante,
el que me hizo bien,
pues sabía escuchar cada uno de mis jóvenes relatos,
así, los considerara inocentes, entonces,
así, me supiera algo ingenua, en esos tiempos;
él fue, es
un amigo de verdad;
él fue un amante
como pocos,
pues, no se trataba solo de sexo,
había condimentos, complicidad,
intercambio;
ganas inmensas, mutuas
de hacer feliz al otro,
más allá del egoísmo
del propio placer;
él sigue siendo
lo mejor que tuve,
los años me hacen darme cuenta,
me hacen valorarlo, reconocerlo;
fue grande,
en tamaño, peso, altura;
fue grande,
en bondad, en generosidad,
en paciencia,
en demostración de afectos,
-lo es todavía-;
sorprende re-descubrir
luego de tantos años,
ese amor
por todo, absolutamente,
un amor, profundo,
sincero, diría, instintivo
su amor voraz,
generoso
por las personas,
también por mí,
por todos,
por todo;
un amor, incondicional,
¡un amor, en serio, incondicional!
una actitud permanente
de agradecimiento,
su homenaje
diario
a la vida.