Nos olvidamos
de tanto
por ocuparnos
-y preocuparnos-
en criticar,
detestar,
depositar las culpas en otros;
parece que nos empecináramos
en no dejar de hurgar
en todo aquello que nos hizo daño,
-olvidándonos que nosotros
tuvimos que ver en ello-
y no perdonar,
o fingirlo, por un rato
pero no.
Así, vivimos al margen
de lo más importante:
de todas las personas, los bienes (no solo materiales)
que muchos tenemos:
salud, amor,
increíbles cielos azules,
amaneceres
irrepetibles,
atardeceres
impactantemente nostálgicos;
arboledas
que refrescan el verano,
que embeben en colores
tantos otoños;
un sol
que estira sus brazos,
que nos convoca;
pero seguimos
insistimos en destruirnos
el uno al otro;
mentira que deseamos conciliar,
mentira que hacemos algo por aceptar
a quien sea,
como sea;
nos enclaustramos
en nuestras ideas, -muchas veces falaces-,
nos dedicamos
a espiar vidas ajenas
a comparar,
a envidiar, celar;
¿qué sucedió?
nos reuníamos
en familia,
con quien fuera;
había códigos,
había acuerdos, comprensión,
abrazos,
buenos deseos;
había amistades
verdaderas,
-no de las que hay que cuidarse-,
había palabras
que tenían un real significado,
no de las que se arrojan, como si tal,
portadoras de sentimientos inexistentes,
malintencionados;
se decía amor,
se decía amigo,
se decía te quiero,
te extraño,
pensé en vos,
me acordé de ese día...
y era cierto,
o lo era, al menos,
por el tiempo que durara
(pues todo,
sabemos,
tiene su tiempo
comienza, transcurre
y un día acaba);
hoy
no se sabe
quién te juzga,
quién intenta ayudarte,
¡quién es de verdad,
quién se oculta detrás de alguna máscara
o de varias!
estamos tan pero tan confundidos,
por eso, la distancia,
la voz de lejos,
los desencuentros,
los encuentros fallidos;
por eso,
el desamor.
Ni el odio tiene aquella fuerza,
ni la rabia, aquel poder aniquilador:
en este mundo
cada vez más insulso, aburrido,
insensible
violento por la violencia en sí,
¡fatalmente inhumano!
todo da igual,
poco, nada importa
o a eso
se juega.