El mundo está
detrás de la ventana:
los murmullos,
los gritos,
los ladridos,
las envidias,
la rabia contenida,
la incontenible,
la violencia;
también,
el resplandor verde,
el eterno palpitar
de cada ser viviente,
los ruidos molestos,
también, los cantos de todos esos pájaros.
Todo está
detrás de la ventana,
de tantas otras;
basta con asomarse,
con ir hacia...
en pos de hallar el incentivo
aun, en lo más sórdido,
aun, en la miseria de tantos,
en la tristeza, el temor,
la desesperación
en las miradas;
el incentivo
podría ser tener disponible
esa sonrisa,
esa palabra,
la voz consoladora,
la devolución silenciosa
de ese deseo,
esa expectativa,
ese interés,
¡esa pasión!
abandonadas
en el rincón opaco del olvido;
el incentivo,
en la danza seductora
de tantos arbustos, árboles,
pequeñas plantas,
en la hierba
que emite destellos
en los días soleados;
el incentivo,
en no persistir
en la idea de lo perdido
si bien se ha perdido,
cosas,
personas,
ilusiones;
en retomar
el contacto con lo tangible,
con lo que nos convoca,
mucho más a nuestro alcance
de lo que nos lo permitimos,
mucho más cercano
de lo que lo imaginamos;
no se trata
de un regreso a lo que ya fue;
se trata
de la capacidad de percibir
hoy
en tiempos difíciles,
-siempre los hubo,
los habrá-
el roce el aire fresco
sobre la piel,
el ardor del sol,
las misteriosas formas de la luna,
el perfume, incitante, de la flor,
perfume que no a todos
alcanza, invade
de igual manera.