domingo, noviembre 10, 2019

El último beso del sol

La tarde
comienza a arroparse
con su edredón de colores;

apenas,
alguno que otro sonido:

un lejano rugir de algún motor,
una voz,

el canto, tardío,
de algún pájaro;

la noche se acerca

¡si nos diéramos cuenta!

otro día acaba

y las mismas inquietudes,
las mismas preguntas,
los mismos problemas

vacían nuestro cofre
de ilusiones,

desarman nuestro collage
de fantasías;

(pero habrá un mañana,
lo sabemos).

Pasa el tren
con su habitual rugido,

se interrumpe
esa quietud inusual,

-la sobrecogedora ausencia
de los ruidos semanales-.

Domingo.

Finaliza
el segundo día de descanso;

otro domingo,
otro segundo día de descanso.

Nadie quiere volver
a casa,

nadie

enfrentarse a ese lunes
de lluvia o de sol,

-como sea,
aborrecido-;

entre las teclas,
los papeles,

deambulan
letras, palabras

las que antes tintinearon
dentro de la cabeza;

no hay, para ellas, días laborales,
ni días de fiesta;

siempre atentas,
siempre inquietas

las emociones no se detienen,
ni las miradas que parten hacia cualquier parte,
hacia ninguna,

la observación,
el sentir, el pensamiento

siempre alertas,
ávidos, apresurados;

los blancos,
vírgenes
de significantes,

con
sin
significado;

lo cierto
es que será otra noche de luna llena:

puedo imaginarla
colocándose el vestido,

puedo ver cómo descubre, poco a poco,
sus hombros,

-el sol
ya le dio el último beso-;

el majestuoso coro de estrellas
ensaya su número

pues, falta muy poco

para el arribo de la inexorable,

sensual

oscuridad.






Cristina Del Gaudio

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