La tarde
comienza a arroparse
con su edredón de colores;
apenas,
alguno que otro sonido:
un lejano rugir de algún motor,
una voz,
el canto, tardío,
de algún pájaro;
la noche se acerca
¡si nos diéramos cuenta!
otro día acaba
y las mismas inquietudes,
las mismas preguntas,
los mismos problemas
vacían nuestro cofre
de ilusiones,
desarman nuestro collage
de fantasías;
(pero habrá un mañana,
lo sabemos).
Pasa el tren
con su habitual rugido,
se interrumpe
esa quietud inusual,
-la sobrecogedora ausencia
de los ruidos semanales-.
Domingo.
Finaliza
el segundo día de descanso;
otro domingo,
otro segundo día de descanso.
Nadie quiere volver
a casa,
nadie
enfrentarse a ese lunes
de lluvia o de sol,
-como sea,
aborrecido-;
entre las teclas,
los papeles,
deambulan
letras, palabras
las que antes tintinearon
dentro de la cabeza;
no hay, para ellas, días laborales,
ni días de fiesta;
siempre atentas,
siempre inquietas
las emociones no se detienen,
ni las miradas que parten hacia cualquier parte,
hacia ninguna,
la observación,
el sentir, el pensamiento
siempre alertas,
ávidos, apresurados;
los blancos,
vírgenes
de significantes,
con
sin
significado;
lo cierto
es que será otra noche de luna llena:
puedo imaginarla
colocándose el vestido,
puedo ver cómo descubre, poco a poco,
sus hombros,
-el sol
ya le dio el último beso-;
el majestuoso coro de estrellas
ensaya su número
pues, falta muy poco
para el arribo de la inexorable,
sensual
oscuridad.