que tenía todos esos versos,
millones de palabras
cariñosas,
apasionadas;
apasionadas;
tenía el alma en las manos,
dispuesta a entregártela, cuando quisieras;
¡tenía todos esos sueños!
tan similares a los de otro tiempo
que confié, realmente,
en su resurrección;
Yo,
que pensaba cada palabra, cada frase,
cada mínimo detalle,
con la finalidad de convencerte.
Se me fueron las ganas,
se me escaparon los versos,
esas frases tan fuertes, tan de adentro,
huyeron, asustadas;
las demás, también;
se quedó el alma, sola
pero ya no te extraña;
en el detrás del cristal empañado,
ya no puede distinguirte.
Poco importa pensar, imaginar qué decir,
porque todo se lee igual,
¡todo resulta tan repetitivo!
cual mecanógrafa mal paga,
escribo y escribo
pero no siento nada.
Y borro, automáticamente,
y corrijo,
-el escrito queda, en fin, más o menos presentable-;
eso es lo que tengo para darte,
eso, tan solo.
Secaste mis instintos,
bloqueaste, de pronto,
el regreso de mis ganas;
mi cuerpo volvió a soldarse,
porque no quiere,
porque no puede.
Porque no diste nada, -en tanto, creías hacerlo en demasía-,
porque mezquinaste en el decir, en el hacer;
pudiste, al menos,
haberlo escrito:
¡eran solo palabras!
pero te las reservaste, cual tesoro,
ocultas
ocultas
dentro de tu corazón avaro.
Quedate en tu lugar,
ya no sueño con esos parajes,
elijo la libertad,
deambular, indagar,
recorrer espacios nuevos,
reencontrarme.
reencontrarme.
Acabar, de una vez por todas,
con los extenuantes
con los extenuantes
por qué, cómo, cuándo,
cuánto, con quién,
cuánto, con quién,
para qué.