No tendríamos que preocuparnos
en lo que pasará o podría pasar
dentro de un rato;
o en una hora, mañana,
en pocos días;
¡desoír, con urgencia extrema
los anuncios apocalípticos,
tantísimos entramados
de esos seres sumergidos en la más baja,
infecciosa, oscuridad!
escojo
mi corazón,
sigo su cauce.
Me inclino
hacia mis pensamientos
convertidos en flores
de todos los colores inimaginables
las que renacen, en cada primavera
para volverse poemas,
poemas que serán historias
por contar;
palabras audaces, incisivas,
que no se detienen,
provocan, de mil maneras
a la siempre alerta imaginación;
¡mis versos!
bálsamo sublime,
inspirados en ese sol,
en esa obra de arte
natural
que todo lo abarca,
todo lo transforma;
¿qué más da
saber, no saber,
anticiparse
a lo que podría o no ocurrir?
todavía
es hoy,
somos esto, hacemos esto,
estamos.
El aire fresco, renovador,
entra, sin permiso, por la ventana,
este espacio para mí
es único,
desde aquí, surgen mis decires
acerca del placer
de palpar ese fabuloso silencio que tanto aporta
cada mañana;
deleitar mis sentidos
con el brillo, enceguecedor,
del verano tan próximo
a punto de derramar
su irresistible encanto
sobre cada ser vivo,
sobre cada uno
de nosotros.
Hay cuestiones
que tantas veces
dejamos de lado;
por ejemplo, no habría que olvidarse
lo que cuesta cada despertar,
re-armarnos,
decidirnos a seguir.
al rato,
regresan las ganas,
los sueños conscientes,
la perspectiva
de que algo nuevo,
algo distinto
o similar pero mejor
podría justo, justo
suceder.
¡lo tan deseado,
lo dado por perdido!
ya es una suerte, claro,
preparar nuestro desayuno,
gozar ese café,
en ese breve, intenso
lapso,
sin pensar en nada,
sentados a nuestro lado,
como lo estamos siempre,
ya sea, solos,
ya sea, acompañados;
no deberíamos,
supongo,
ignorar
la importancia vital de esos detalles,
que apenas, advertimos
al tenerlos, siempre
a nuestro alcance;
¡a tantos faltará
aquello que a nosotros
se nos vuelve cotidiano!
no pasemos por alto
nada, ni una pizca
de nuestro placer
aunque, muchos
no lo perciban
o lo eviten,
en pos de ese apuro por llegar
- ¿a dónde?,
me pregunto-.
Un placer íntimo,
igual pero diferente para cada uno:
si de pronto,
lo perdiéramos,
su valor
sin dudas,
se resignificaría.