Soy ese aliento fresco
que la naturaleza arroja
sin preguntarme
y lo recibo,
consciente de ello;
no me parece insignificante,
no me pasa de largo,
lo recibo
y lo sé bien;
entonces, camino
envuelta en ese goce.
Soy parte
de esos árboles
que esconden, por momentos
los intensos rayos de sol;
recibo su oxígeno,
su savia,
su insistencia
en crecer,
en superar toda inclemencia,
en no renunciar
a su labor natural,
nada programada.
Así
quiero vivir,
sin programar cada instancia,
sin pensar luego haré esto,
después aquello,
mañana...
¡mañana no existe
todavía!
ahora
camino
con el viento,
camino
con ese aire perfumado de verano
que me llega,
sin pedirme devoluciones;
camino
con la sensación
de estar viva,
de haber resurgido
de cenizas tan añejas,
¡de haberlo sobrevivido!
no hay peligros,
no más miedo,
no hay enemigos internos
al acecho;
(mi peor enemigo
era yo misma).
Lo entendí,
luego de años
de cuestionarme
demasiados por qué,
tantos hasta cuándo;
por eso,
en lo simple,
una breve distancia,
un montón de vida, de verde,
una extensión de mi persona,
de todas,
a cada paso.
La vida es mucho más valiosa
cuando no se esperan
ciertos acontecimientos,
cuando, simplemente,
uno se deja atrapar,
¡tomarse de sorpresa!
y la risa, la risa olvidada
en algún cajón con telas de araña
les juro,
¡les juro!
que por sí sola,
regresa.