jueves, febrero 13, 2020

La casa vacía

Pasa el hombre
cabizbajo,
cansado de todo,
de nada;

pasa
pasa desapercibido;

la gente se cruza con él,
con tantos,
todo da igual,

nadie llama la atención
entre tantas personas, atropellándose,
en pos de llegar quién sabe a dónde;

el hombre ya no pide nada,
¿un saludo, un gesto,
un abrazo?

pasó el tiempo
de esas necesidades;

apenas, subsiste,

mira los sitios
en que venden
aquello que necesita,

lo que puede adquirir
dentro de lo que necesita;

en su billetera
no hay suficiente dinero,

nunca lo hay;

sigue caminando
tal vez, en otro lugar,
en el supermercado de la otra cuadra

habrá alguna oferta,
habrá algo;

ya nadie espera nada de él
en esa casa
humilde, gris, vacía;

no hay bocas
que alimentar,
los chicos crecieron:

hoy, hombres,
felices huéspedes
en países muy lejanos;

su mujer
quien sabe dónde,
cómo, con quién;

el por qué
lo supo, antes:

no era solo comida,
techo, ropa;

alguien., otro pudo darle eso
y le dio mucho más;

llega a la casa,

nadie.

Ni el gato
que muerto de hambre, de frío

ya es mascota
en otro lugar;

el hombre no puede llorar,
ni siquiera el alivio
de esas cálidas gotas;

se secaron aquellas lágrimas,
como se secó su existencia;

lo espera esa mesa,
sin jarrón, sin flores,

despojada.

Saca de la bolsa de papel
algo de pan,
una botella de vino;

lo espera el silencio;

-cesaron, según parece, esos murmullos
en su mente-;

ya no hay culpas, ni temores,
ni sensación de fracaso,

apenas, persisten
algunos, muy pocos
recuerdos

algo en su mente,
en su espíritu, sin fuerzas,

consiguió
que olvidara

casi todo,

aun, de los seres que tanto amó,

hasta sus nombres.


Cristina Del Gaudio

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