Otra noche,
otra noche de expectativas
o de ninguna expectativa.
Otra noche
en que rogaremos que el sueño llegue,
al menos,
el de dormir;
si llega algún otro,
el que siempre elegimos soñar,
mucho mejor.
Y se convirtió, de pronto,
todo o casi todo
en un reto.
Despertar
a lo mismo,
al miedo más inmanejable,
a perseguir a un enemigo
que no sabemos dónde está,
ni si está
o no en nuestra casa.
Y vuelve la paranoia
de sentirse encarcelado,
las ganas de salir
pero ¿para qué?
el temor
frena todo impulso,
todo arrebato;
y a algunos o a muchos
nadie los estará
esperando afuera.
Pasará largo tiempo,
no sé cómo lo sobreviviremos.
Realmente, no lo sé.
Cuando salgamos
nada o poco de aquello
va a estar,
muchas cosas, muchos lugares,
muchas personas
ya no se verán.
No habrá abrazos,
muchas menos risas
o ninguna;
-de todos modos,
detrás de los barbijos
no se verán-
y si encontramos
a alguien conocido,
es probable
que no podamos evitar ese llanto
ahogado, interminable,
pero por un largo tiempo
lo saludaremos desde lejos.
Ellos
esperándonos,
nos necesitan.
nosotros,
aterrados, desganados,
muchos, sin dinero.
Ya no será lo mismo.
¡nada será igual!
y esto nos asusta
y esto nos detiene
esta amenaza constante
se convirtió
en uno de los pensamientos
más recurrentes;
el que nos impide reírnos,
el que nos frena cuando por ahí,
nos olvidamos y disfrutamos de un libro,
de una película,
pues nos parece que si nos olvidamos
olvidamos también a los tantos que la pelean,
dia tras día;
enfermos,
más menos fuertes,
muchos mueren.
Médicos
que caen, extenuados
porque no son suficientes,
nunca lo son;
ni ellos, ni los elementos que utilizan.
Todo huele a alcohol,
a lavandina,
a desinfección.
Pero el enemigo es sucio
y ataca, pese a todo,
pues ese es su objetivo
-o el de quién sabe quiénes-
eficaz,
certero,
indeclinable.