que lo pueden todo
pues, se creen eternos,
pues, ingenuos,
increíblemente, ingenuos
no entendieron nada
acerca de lo efímero de la existencia,
-también la de ellos-,
de su afán de dominio,
de su ínfimo, oscuro
reducto;
sí, me refiero a esos mismos,
los que sugieren, imparten
decisiones, mandatos
con los que creen someter
a tantos,
todo el tiempo
y de todas las maneras
que se les ocurran.
Un día lo entenderán,
nadie escapa
a ese instante,
pues, basta un solo instante
para caer en cuenta
de que no somos más
que ese pequeño pino,
que esa flor que crece de la nada,
que la hormiga que carga esa hoja
que la supera en tamaño,
¡que aquel mosquito
portador de uno o varios virus
con mucho más poder aniquilador,
muchísimo más!
que esa brizna de polvo
que se cuela por los intersticios
de la puerta, de la ventana;
que ese rayo de sol,
imprescindible,
que atraviesa campos, bosques,
ciudades;
ellos no son imprescindibles,
si bien sus posesiones, sus logros
a costa de los que sea, de lo que sea,
sí les resultan imprescindibles,
los poseen
los enceguecen;
pero a no preocuparse,
ellos se darán cuenta
aunque, claro, no lo aceptarán,
mucho menos,
lo admitirán;
y volverán a intentarlo, una vez más,
y otra y otra
hasta que no puedan
ni consigo mismos,
hasta que les corroa por dentro,
que les explote en la cara, en el cuerpo,
su maldito egoísmo, su negligencia,
su absoluto desinterés
por los que dicen querer cuidar;
instalados en su patética
idea de "la gran gloria"
se envanecen,
se auto-enarbolan
se vacían;
finalmente,
mutan en tristes imágenes "ejemplares",
manoseadas hasta el no cansancio;
o tal vez, en el nombre
de alguna calle
pobre, olvidada,
perdida.