¡desesperada!
son tantos
los rostros, los miembros
desfigurados;
abandonados,
¡abandonados!
casi sin culpa
o sin culpa
¿los atormentará
este crimen, imperdonable,
con el paso del tiempo?
rígidos,
helados.
La muerte
se regocija,
vive su fiesta
sobre esos cuerpos extintos,
que fueron abrazos, amores,
trabajos de todo tipo,
comidas, limpieza,
escritura, curaciones,
administración, leyes,
construcción de casas,
reparaciones, orden,
risas, llantos,
miedos, padecimientos,
goce;
los que acariciaron
una planta o más,
la o las cuidaron.
Cuerpos
que abrigaron, alimentaron bebés;
luego, abrazaron niños,
adolescentes, adultos,
amigos, vecinos,
conocidos;
todos
todos ellos,
son miles,
muchos miles;
¿cómo encontrarte?
¿cómo reconocer tu cara,
la de las tantas expresiones,
con esos ojos llenos de tanto,
colmados de pasión,
también ternura?
¿cómo identificar tus brazos cálidos,
siempre reconfortantes?
No sé por qué me tocó este lugar,
esta jamás imaginada,
espantosa, aterradora
experiencia.
La de haber quedado
en medio de esta devastación.
Y ellos no.
Sola
camino,
trato de no rozarlos,
temo lastimarlos
a pesar de saber
que nada sienten.
Sobreviviente
de la peor tragedia.
Ya no importa
si hubo o no culpables,
si se pudo detener
o no,
si se quiso detener
o no.
Si nos mintieron,
si nos torturaron.
Ya no importa nada.
Si vos, todos los que amaba,
amo
no están.
Si ni siquiera
puedo hallar sus restos,
si nadie se ocupó,
por miedo, por desinterés,
por conveniencia,
por negligencia,
por olvido de su propia humanidad
no les brindaron atención,
medicamentos, cuidados.
Tampoco, al menos, como un gesto,
un único gesto
en su homenaje,
¡una merecida sepultura!
la más mínima ofrenda
en su memoria,
por lo poco, mucho
que pudieron, supieron dar;
por lo que soñaron, crearon,
fueron.