Sigue.
Sigue socavando,
socavando,
se empeña
en consumir todo rastro;
pues, el alma
no renuncia,
no quiere,
no quiere, aún no quiere
ser acallada,
dormirse
para siempre.
Dormir
cien, mil años,
-¿y si no hubiera tiempo
para un nuevo despertar?-.
Convencí a la cabeza,
convencí al cuerpo, a la piel,
convencí a los labios, sedientos,
a todos los sentidos;
convencí a ese sueño, obstinado,
¡un sueño que cada día me propongo extinguir!
¡los convencí!
también a ellos,
a los otros,
a todos.
Pero sigue allí;
apenas, se vislumbra,
apenas, una micro-mínima imagen,
alguno que otro retrato que parece vívido,
una casi nula
esperanza.
Como sea,
sigue.
Y no lo sabe, claro.
Ignoro si siquiera lo sospecha,
ignoro si yo sigo dentro suyo
del mismo modo
o similar;
convencí a la cabeza,
al cuerpo, a la piel,
a los labios, los sentidos;
a ese sueño impostor,
irreverente;
lo diluí
como así, a otras ilusiones,
tantas.
Pero no pude,
no pude, ¡no podré!
con el alma.
Debilitada, despojada de su ancestral áurea,
no sé por qué razón
o sinrazón
absolutamente irrenunciable,
empuja
y empuja.
.