miércoles, agosto 19, 2020

El sueño irreverente

Sigue.


Sigue socavando,

socavando,


se empeña

en consumir todo rastro;


pues, el alma

no renuncia,


no quiere,

no quiere, aún no quiere


ser acallada,

dormirse


para siempre.


Dormir

cien, mil años,


-¿y si no hubiera tiempo

para un nuevo despertar?-.


Convencí a la cabeza,

convencí al cuerpo, a la piel,


convencí a los labios, sedientos,

a todos los sentidos;


convencí a ese sueño, obstinado,

¡un sueño que cada día me propongo extinguir!


¡los convencí!


también a ellos,

a los otros,


a todos.


Pero sigue allí;


apenas, se vislumbra,

apenas, una micro-mínima imagen,

alguno que otro retrato que parece vívido,


una casi nula

esperanza.


Como sea,

sigue.


Y no lo sabe, claro.


Ignoro si siquiera lo sospecha,

ignoro si yo sigo dentro suyo


del mismo modo

o similar;


convencí a la cabeza,

al cuerpo, a la piel,

a los labios, los sentidos;


a ese sueño impostor,

irreverente;


lo diluí

como así, a otras ilusiones,


tantas.


Pero no pude,


no pude, ¡no podré!

con el alma.


Debilitada, despojada de su ancestral áurea,

sin expectativas, sin exageradas ansias


no sé por qué razón

o sinrazón


absolutamente irrenunciable,


empuja


y empuja.




.





Cristina Del Gaudio

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