Esto parece
que no tendrá fin.
Si lo tiene,
será dentro de quién sabe
cuánto tiempo;
ese miedo,
¡ese pavor!
a tantas cosas,
a tantas situaciones,
a todo o casi;
el miedo a morir
perdió, podría decirse, su protagonismo;
urge el miedo a seguir
viviendo, haciendo, respirando,
a encontrarse o desencontrarse
con tal o cual persona;
lo que fuera
en el marco del máximo pánico,
sí, por momentos, se transforma
en eso;
pensaba que no podría resistir
aquel rechazo repentino;
pensaba que no podría conmigo,
que no hallaría consuelo,
que me iría de este mundo llorando
por esa ausencia, ese desamor.
Hoy río ante aquellos presagios,
¿cómo imaginar que un día
sabría exactamente lo que es el temor real,
concreto,
metido en el medio del pecho,
entre los huesos,
el que sí podría acompañarme
hasta el final
y del peor modo?
siempre temí a la soledad
y hoy cada uno
con su más, menos, racional o irracional estado
está más solo que nunca;
y ni hablar de aquellos
a la espera de un alguien, otro
que salve su vida;
sin poder respirar,
sin una caricia, ni una palabra de consuelo.
Sin una despedida.
¡sin aire, con tan pocas posibilidades
en algunos casos
de sobrevivir!
El miedo dijo presente
como nunca antes.
Y la enfermedad, la muerte
se enseñorea de estos, de todos los sitios,
lugares, personas, tipos sociales,
económicos, culturales,
nadie escapa,
no hay escape posible
solo la esperanza
de no ser el próximo ni el siguiente,
de ser parte
de los que no les toque
sin saber, siquiera
a qué se enfrenta,
ni si lo que hace alcanza
o por el contrario,
no sirve de nada.