Salir.
Sentir el aire fresco,
el viento en la cara,
agitándonos el pelo,
aliviándonos las cargas,
despeinando deseos
postergados;
percibir ese despertar
en la piel,
en la cabeza,
las ideas,
la mirada;
imposible no captar
ese renacimiento del espíritu,
esa convocatoria
a retomar, siempre retomar
el camino
al que creímos no poder volver;
no el pasado,
no el que huele a humedad;
el camino hacia lo puro,
lo bello, lo que sacude
las pelusas de la desidia;
el camino
hacia lo que deseamos ser,
en concordancia
con lo que ya somos
pero mejorados,
más fuertes,
más flexibles,
con la mente abierta
a lo nuevo,
sin olvidar lo que dejamos
pero nunca, ¡nunca!
la vuelta hacia atrás;
un nuevo mundo
-que tiene una parte o gran parte del anterior-
pero nosotros
lo haremos, lo hacemos
lo reconvertimos;
le imprimimos sueños novísimos,
lo teñimos con el tono que más nos plazca,
lo soltamos a su libre albedrío;
jugamos
a ser lo que somos
y el juego se ve, se vuelve
real;
así,
aun transitando entre zombies,
consumidores de cuanto les dicen,
les "informan",
regurgitadores
de mandatos, imposiciones;
¡carentes de un libre pensar,
de un libre escuchar, entender,
percibir,
vibrar,
existir!
nos permitimos, nos prometemos
no sucumbir
o nos surge naturalmente
el seguir con lo nuestro,
mejorar, crecer,
sin perder el horizonte,
sin perdernos,
por el contrario,
reencontrándonos
como nunca, nunca
antes.