Pudo ser
ese día.
Era el mismo traje,
tal vez, hubo una mirada;
¿cómo saber el momento exacto
en que esa chispa surge,
la que da comienzo
a un infierno
de los sentidos,
¿por qué no? también del alma?;
¡qué curioso!
¡cuán inexplicablemente maravilloso
es el amor!
basta un instante
y ¡zas! implota y explota el milagro;
pudo haber sido el día previo
o antes;
¿importa, acaso?
así, se tratara del mismo atuendo,
del mismo lugar,
aun, de la misma mirada.
Difícil.
Pudo parecérsele,
pero esas miradas
-que mudas dicen tanto-
raramente o jamás se repiten.
Por eso,
¿cómo es posible algo así,
reiniciar, recomenzar algo que se creyó terminado,
incluso, casi casi olvidado,
luego de tan solo (y nada menos) una experiencia onírica?
solo el corazón,
sus anhelantes latidos
podrían explicarlo;
resulta que sucede, aunque no es lo más frecuente
que un hechizo sea tan poderoso que persista
a través de los años;
no creo que en este asunto
tenga cabida ningún razonamiento:
la magia trasciende tiempos, sitios,
no sabe de arrugas, de cansancio,
desconoce el miedo;
ellos serían o son
los actores principales
de una trascendental obra,
quizás, la más importante
de su existencia;
mas no lo habían concientizado,
hasta el momento preciso
en que los despertó
aquel ¿bendito? ¿maldito?
sueño.