Y uno se va habituando.
Cierto día ese amor
se va;
se padece,
se lamenta,
¡se suplica!
se llora,
se llora,
se llora,
se llora
un poco menos;
se piensa, se sueña,
se añora, se teme
se sangra.
Y luego pasa.
Y uno
se va habituando.
Se hace roca,
se vuelve inmune a las embestidas,
casi casi
se insensibiliza;
(el alma,
bloqueada);
aun así,
se sigue,
se hace como que se resolvió todo,
se suelta,
-se dice que se logró soltar-;
pasan los años,
pasan las semanas, las estaciones, los tiempos prósperos,
los tiempos miserables;
y de pronto
ya no es más habituarse,
ya no es más resignación
ni fingimiento;
la resistencia
pasa por otro lado:
por recordar,
jamás olvidar lo que se era,
lo que se es;
volver a eternizarse en el quehacer creativo;
retomar, recrear historias
-incluso, la propia- ;
así es que el alma
vuelve a expandirse,
respira,
goza.
Un camino nuevo
nos abre los brazos,
para cuando estemos listos.