Quiero que me recuerdes,
quiero que mi sonrisa despierte a la tuya
y a tu cabeza,
a tus pensamientos,
día tras día;
quiero ser ese impulso,
esas ganas que nunca se cansan,
esa visión celeste
inalcanzable y tangible
a un tiempo;
ese árbol
que oculta una de tus ventanas
y te lleva oxígeno,
estaciones, flores, hojas secas,
ramas cubiertas de nieve
año tras año,
sin importarle de vos,
de nosotros,
de este nudo en la garganta
que no logro y sí logro explicarme
pero aun así
oprime
y dan ganas de ser
el pájaro de tu estación
para posarme allí,
junto a ese árbol, el que oculta
esa misma ventana
que conozco por fotos
y es tan pero tan bella
que me recuerda a la Navidad;
quiero ser tu Navidad,
tu brindis especial y único,
la copa
que sacie tremenda sed;
quiero ser
el agua que se desliza por tu cuerpo
cada mañana;
y te da calor,
te estimula, te relaja,
te renueva,
te empuja
a salir a la vida
con esa mirada tan tuya,
sexy, soñadora,
infinita,
¡insustituible!
con esa impronta
tan particular,
¡con tu libertad!
que asusta y atrae
a la vez;
con tus misterios,
con los míos
nunca develados
o descubiertos de a poco,
a su tiempo;
quisiera saber algo, una parte de lo que pensás
cuando me pensás,
-si es que me pensás-;
quiero todo, todo lo que fuiste,
lo que sos, lo que serás;
no importa si te objeté
tantas palabras, conductas,
modos de ver algunas cuestiones;
hoy te quiero así,
es más, te ruego o me encantaría
que nunca, por nada, por nadie
cambiaras;
ni por mí,
¡ni por mí!