Esos días
en que no se encuentra nada,
ni lo que se encuentra
a diario;
mucho menos,
aquello que se busca
o ya se dejó de buscar;
días insípidos,
días que pasan
y no pudimos,
no quisimos,
no les pusimos ganas,
no hicimos nada
para que se eternizaran.
¡Son tan pocos
los momentos que bien valen un retrato,
una historia, un poema, un relato, una canción!
los valoramos
cuando ya los perdimos,
así de extraños somos,
así de desagradecidos;
deberíamos cantar, reír, festejar
en nombre de esos días tan bien vividos,
los días de las aventuras, del placer,
de las locuras;
los días sin preocupaciones
ni ocupaciones más importantes
de las que duran, quizás, un instante
pero se adhieren
tan firmemente al bagaje de recuerdos
que es imposible
exterminarlas;
ocupaciones que en verdad son despreocupaciones,
quizás, con algo de mentiras, de promesas a no cumplir
jamás,
con juramentos convenientes
¡que de todas formas
valen un mundo!
¡bravo por aquellos tiempos!
hoy los vemos
tan lejanos
intangibles,
solos como estamos,
perdidos, cansados, abrumados,
sin saber cómo sigue todo,
si sigue,
¿cómo seguiremos?
¿cómo resistiremos?
daríamos lo que fuera por un solo segundo
de aquello,
a pesar
de su condición de efímero,
significó la esperanza
que hoy añoramos,
el beso
que tal vez nunca retorne;
el abrazo, la caricia,
la entrega.
Ese momento, durara lo que durara
probablemente, nos parecía tan poco
y hoy,
ahora mismo
¡significaría todo!