Como una antítesis
de mi lobreguez matutina
ahí está:
el cerezo
florecido;
el sol
lo encandila,
lo ennoblece;
la naturaleza,
pese a todas las afrentas
renueva su reinado infinito;
sin preguntas,
sin dudas,
sin días más o menos buenos,
está
y es para todos;
los que saben verla,
gozar de ella
en sus distintos procesos;
también, de quienes la ignoran,
quizás, aplastados por sus propias disputas;
mis problemas, mis miedos,
mis incertidumbres
se aquietaron.
Es su tiempo
-o el mío, en verdad-.
Solo me detengo
a contemplar, a fotografiar
literalmente y en mi cabeza
tremendo estallido
de reinicio,
de no renuncia,
de insistencia.
De ningún modo,
una débil e insegura
subsistencia.