Desfilan, desfilan,
primero, lentamente,
el paso calmo,
calculado;
luego, la pisada firme,
la que hace temblar el suelo,
en casa,
dentro mío;
¿el miedo
otra vez?
cada día debo recordarme
quién soy, para qué, por qué,
si vale la pena
si este, otro recuerdo
me sumaron, me restaron;
lo que es evidente
es que me veo pálida.
Aun sabiendo
que no volveré a ser la misma
insisto,
insisto,
¡insisto!
por esa cuestión
de no darme por vencida,
nunca fui
de los que claudican;
siempre de frente,
las palabras directas,
las actitudes claras, contundentes
que no dejaban, no dejan
dudas;
me fue mal,
me fue más o menos
y me fue bien;
no cabe en mí
el abandono de un propósito,
el que fuera,
desde el más simple
hasta el imposibilísimo
en mi caso,
se vuelven desafíos,
¡todos lo son!
así, al ir a su encuentro,
me abofeteen, me den la espalda,
me nieguen, intenten destruirme;
al regresar,
con sus laceraciones a cuestas
el espíritu sonríe,
convencido
de que pese a los obstáculos,
hice todo y más,
nunca retrocedí
ni di por perdidos
absolutamente a nada,
absolutamente a nadie.