Era la urgencia.
No eran los árboles,
las flores, las majestuosas casonas;
no eran las calles empedradas,
-mis favoritas-;
¡la urgencia,
solo, nada menos,
la urgencia!
un empeño desesperado
en pos de hallar
alguna parte de mi vida
que había quedado allí
-o así lo quise pensar
o imaginar-;
eran mis huellas
en esa escalera
de una casa señorial
de la que no sé por qué razón
me sentía poseedora;
eran mis expresiones exacerbadas
de felicidad,
de la verdadera
al caminar, correr,
saborear, oler, gozar
de esos sitios
que marcaron una época clave;
me parece oír el chirrido de esa bisagra
entre aquel punto de mi vida
y el hoy;
¡duele!
no tener aquellos años, aquel amor,
aquel recorrido;
el lugar, el paisaje,
las increíbles mansiones
aún existen;
puedo pasar
cuando lo desee.
Pero nunca será igual;
Y esa, nuestra casa
tan lúgubre entonces,
hoy pintada, blanca,
¡el ímpetu irrefrenable
de correr hacia su puerta,
las ganas de golpear y exigir
que la abandonen!
Y debí quedarme quieta.
Ellos,
quienes sean sus ocupantes,
no entienden
ni entenderían
cuánto amé, padecí,
temí
entre sus paredes.
No era el mejor departamento,
ni el mejor edificio,
ni se aproximaba
a ello;
pero allí fui libre,
llena de miedos, dudas,
cambios de idea constantes,
(tentaba el regreso
al hogar cómodo
pero infeliz);
¡debí soportarlo,
debí poner todo de mí!
¡creer en mis fuerzas!
todavía me cuesta
creer en ellas.
¿acaso fue mejor
el regreso?
en absoluto.
Fueron reproches,
fue una horrible sensación de fracaso,
¡un pánico inimaginable!
como un final anticipado
de lo que vendría luego;
porque todo empeoró
o continuó igual:
volví a ser
la niña controlada,
- reconozco
que por momentos,
retomo esa necesidad auto-impuesta
de que otros se ocupen de mi vida-,
¡como si yo no pudiera hacerlo!
en fin,
así fue el paseo.
Volví triste, a punto de llorar.
Pues en aquel lugar opresivo
no se toleran lágrimas,
ni extrañamientos,
ni debilidades, ni dudas;
nunca pude transitar
el blanco o el negro;
siempre fui
todo grises,
todo incertidumbre,
todo posibilidades e imposibilidades
a la vez;
y aunque lucho
por no decaer,
insisto
en esa búsqueda que nunca parece acabar.
Siento que perdí
más allá de lo que todos saben: padre, abuelos,
años juveniles,
dinero,
algún amor
al que sigo buscándole
una explicación,
una nueva oportunidad
o su definitivo final.
Nunca hallaré
lo que ignoro haber extraviado.
Debería empezar
por indagar,
sin renunciar,
sin resignar,
sin dejar de esperar
pese a los obstáculos
pero siempre siendo quien soy,
concederme la libertad de elegir;
ya no existen barreras,
no hay nada que pueda o pretenda detenerme.
¡Maldita calle,
maldito lugar,
oscuro y triste!
aquel que ni vos ni yo
pudimos
iluminar;
mas hubo, hay
quienes, al parecer,
lo consiguieron,
lo consiguen.