domingo, noviembre 07, 2021

Entre grises

 Era la urgencia.


No eran los árboles,

las flores, las majestuosas casonas;


no eran las calles empedradas,

-mis favoritas-;


¡la urgencia,

solo, nada menos,

la urgencia!


un empeño desesperado

en pos de hallar

alguna parte de mi vida

que había quedado allí


-o así lo quise pensar

o imaginar-;


eran mis huellas

en esa escalera

de una casa señorial

de la que no sé por qué razón

me sentía poseedora;


eran mis expresiones exacerbadas

de felicidad,

de la verdadera


al caminar, correr,

saborear, oler, gozar


de esos sitios

que marcaron una época clave;


me parece oír el chirrido de esa bisagra

entre aquel punto de mi vida

y el hoy;


¡duele!


no tener aquellos años, aquel amor,

aquel recorrido;


el lugar, el paisaje,

las increíbles mansiones

aún existen;


puedo pasar

cuando lo desee.


Pero nunca será igual;


Y esa, nuestra casa

tan lúgubre entonces,

hoy pintada, blanca, 


¡el ímpetu irrefrenable

de correr hacia su puerta,


las ganas de golpear y exigir 

que la abandonen!


Y debí quedarme quieta.


Ellos,

quienes sean sus ocupantes,


no entienden

ni entenderían


cuánto amé, padecí,

temí


entre sus paredes.


No era el mejor departamento,

ni el mejor edificio,


ni se aproximaba

a ello;


pero allí fui libre,


llena de miedos, dudas, 

cambios de idea constantes,


(tentaba el regreso

al hogar cómodo

pero infeliz);


¡debí soportarlo,

debí poner todo de mí!


¡creer en mis fuerzas!


todavía me cuesta

creer en ellas.


¿acaso fue mejor

el regreso?


en absoluto.


Fueron reproches,

fue una horrible sensación de fracaso,

¡un pánico inimaginable!


como un final anticipado

de lo que vendría luego;


porque todo empeoró

o continuó igual:


volví a ser

la niña controlada,


- reconozco

que por momentos,

retomo esa necesidad auto-impuesta

de que otros se ocupen de mi vida-,


¡como si yo no pudiera hacerlo!


en fin,


así fue el paseo.


Volví triste, a punto de llorar.


Pues en aquel lugar opresivo

no se toleran lágrimas,


ni extrañamientos,

ni debilidades, ni dudas;


nunca pude transitar

el blanco o el negro;


siempre fui

todo grises, 

todo incertidumbre,


todo posibilidades e imposibilidades

a la vez;


y aunque lucho

por no decaer,


insisto

en esa búsqueda que nunca parece acabar.


Siento que perdí

más allá de lo que todos saben: padre, abuelos,

años juveniles, 

dinero,


algún amor


al que sigo buscándole

una explicación,

una nueva oportunidad

o su definitivo final.


Nunca hallaré

lo que ignoro haber extraviado.


Debería empezar

por indagar,


sin renunciar,

sin resignar, 

sin dejar de esperar

pese a los obstáculos


pero siempre siendo quien soy,

concederme la libertad de elegir;


ya no existen barreras,

no hay nada que pueda o pretenda detenerme.


¡Maldita calle,

maldito lugar,

oscuro y triste!


aquel que ni vos ni yo

pudimos


iluminar;


mas hubo, hay

quienes, al parecer,


lo consiguieron,

lo consiguen.












Cristina Del Gaudio

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