Hasta el último segundo
lloraré tu pérdida;
reconoceré mis errores,
me dolerá no haberme dado cuenta,
no haber evitado
todo lo que hice para alejarte;
hasta el último respiro
suspiraré
por tu sonrisa,
recordaré tus besos,
tus caricias;
reiré con las bromas
que recuerde;
reviviré en mi cabeza,
en mi alma,
instantes, minutos, horas
que nunca, ¡nunca!
volvieron a repetirse
o sí,
de otro modo,
desde otro lugar.
¿Fue el miedo a perderte,
el terror a perderte para siempre
que me convirtió en aquella
a la que todavía no entiendo?
¿qué tuvo que ver esa actitud conmigo?
no me creíste,
no me creés
ni lo harás;
no importa.
Este es otro testimonio
de mi arrepentimiento,
por lo que pude evitar
y no,
por esas acciones
premeditadas o no,
¡incontrolables!
por años odié
esa faceta oscura que desconocía;
hoy me reconcilié,
entendí que había llegado a un límite,
¡siempre me excedió tu pasión
tus palabras, todo vos!
el miedo,
vuelvo al miedo,
fantasmal e implacable enemigo,
nadie lo comprende si no lo vive;
no se ve ni se imagina
si no se lo experimenta;
el miedo a no leerte más,
a no verte, a no hablarte
provocó el desastre.
Por eso,
en las madrugadas,
tu rostro se detiene ante el mío
y sigue preguntándome
¡y sigue, sigue preguntándome!
y las respuestas
son las mismas.
-El miedo tampoco es excusa-.
No sé exactamente
el por qué
de ese abrupto comportamiento;
por qué me empeñé
en que hoy ni en tus sueños,
ni en el más mínimo pensamiento
de cualquiera de tus días
se asome, siquiera, alguna idea, cierta imagen
que te acerque, al menos, un instante
a mi recuerdo.