Un día más.
Da gusto
ver ese tremendo sol
abrazado al techo de tejas
que puedo divisar desde aquí:
algunas,
desgastadas por el paso del tiempo,
los vientos, las fuertes tormentas;
casas
que invitan o recuerdan
reuniones amigables,
¡esas risas
que parecen una sola!
ese compartir
lo que fuera, sin reproches,
sin peleas,
¡con alegría!
imagino esa vida,
tal vez la idealizo,
puedo ver
las acogedoras habitaciones;
oír, también,
los murmullos de las tantas historias que allí se contaron,
se cuentan todavía;
puedo captar
la atención, el silencio
al escucharlas,
sin juicios, sin cuestionamientos;
es un placer,
¡un inmenso placer!
abrir la inmensa puerta-ventana
y ver, a lo lejos, ese hogar
y soñar del modo en que lo hago,
en que me encanta hacerlo;
imaginar muchísimas escenas
de aquel mundo,
de ese otro mundo,
en que eran importantes
las cosas que hoy no parecen serlo
tanto;
y relativas,
las que en estos tiempos
se volvieron relevantes.
Siempre deseé vivir
en una de esas viviendas
con techos de tejas
nuevas, desgastadas;
en las que se fuera como y quien se es;
sólidas ante los miedos,
ante todo lo negativo;
pletóricas
de afecto,
de empatía,
¡de amor!
sin requisitos,
sin imposiciones.
Casas
en las que reinara
la paz.