Yo te hubiera abrazado,
hubiera insistido, hubiera argumentado,
¡no sé!
para que nunca te fueras,
para no irme
de vos
jamás;
pero claro,
esto lo veo, lo escribo ahora
que pasaron
tantísimos años,
en esa época
mi inexperiencia no pudo con aquello,
no pudo con tanto
y con tan poco,
al mismo tiempo;
yo correría
ya mismo a tu encuentro,
si no estuvieras tan lejos,
-obvio, no me refiero solo a la distancia en km-;
iría y te diría...
o te besaría con tanta intensidad
lo haría todo y más
para no perderte de nuevo;
tal vez, no serían necesarias
estas, ninguna de mis palabras,
ni de las tuyas;
pero ya es tarde
tu ausencia,
tu absoluta ausencia
es tan evidente,
así, no lo acepte del todo;
yo no sabía
que aquello era y siguió siendo
tan fuerte;
no sabía
que un día te extrañaría tanto
que me dolerían de este modo
el corazón, la piel, la carne
los huesos,
¡los años!
¡no sabía entonces
acerca de tantas cosas!
Ni sabia bien
de qué se trataba el amor,
si lo nuestro fue amor, pasión,
enamoramiento;
quisiera que pasaras
por acá,
que te deslizaras
entre estas líneas
y supieras esto:
yo nunca pude olvidarte,
así, lo haya creído o intentado
en mil modos;
nunca pude reemplazar
todo eso, ¡todo eso!
todo lo que éramos,
lo que sentíamos,
lo que vibrábamos,
lo que significábamos
el uno
para el otro;
y me equivoqué,
te tuve cerca y más cerca también
y me equivoqué,
volví a hacerlo,
¿por qué?
tal vez, el miedo,
tal vez, los tantos impedimentos;
quizás, el pánico
a decepcionarte,
o a enterarme
de que ya no te importaba, no te importo
ni un poco.
Es domingo.
Una tarde maravillosa,
(sabés cuánto amo el otoño);
caminé sobre cientos de hojas amarillas, ocres,
pero no fue, no es lo mismo;
es domingo
y los domingos los que nos hacen falta
nos hacen falta muchísimo más.
Si me leyeras
entenderías algunas cuestiones
que quedaron
sin decirnos,
en medio de ese caos
que yo misma provoqué.
Perdón
es lo que puedo pedirte,
si aún estoy a tiempo.
Perdón.
Hasta algún día,
hasta nunca.