Alguien
una vez,
-no hace tanto-
no se atrevía
a salir de su casa;
alguien,
supongo debo haber sido yo
le dijo, entonces,
que no habría nadie
que lo detuviera,
que le impidiera ir adonde deseara;
lo invité a confiar
en sí mismo,
en los procesos de la vida;
¡no podía seguir allí,
ocultándose de un supuesto peligro,
un atemorizante ser o alguna circunstancia
que muy probablemente
no estuviera allí,
no aconteciera!,
tampoco unas cuadras más adelante;
finalmente, se armó de valor
y salió.
La vida seguía esperando,
siempre espera, hasta el final;
caminó algunos metros,
luego se atrevió a más
y hasta halló a un amigo
que hacía tiempo no frecuentaba,
con quien conversó largamente;
horas después, este hombre
regresó tan feliz
que nunca, nunca jamás
pidió "permiso"
para atravesar
su puerta de entrada,
ni ninguna otra.
Concluyo en que nunca se sabe
si decidimos salir de cierto estado de encierro,
físico, mental
-o ambos-
qué puede depararnos
cada día, cada instante,
cada encuentro.