Me enteré de que habían muerto
muchísimas personas;
dijeron
que no se pudo evitar.
Asumí
que esto era cierto
y no dije nada.
Me quedé, me quedé,
asustado, agazapado,
detrás de la puerta de entrada;
mirando hacia el corredor
por si acaso, para no encontrarme con ningún
"enfermo".
No me enfermé,
no de ese mal,
me hice aplicar cincuenta mil vacunas,
-bueno, muchas menos-.
A decir verdad,
estoy muy enfermo
de miedo,
de rabia,
me habita un horrible sentimiento de ira
en especial, hacia mí mismo;
yo vi
las cifras
-mentirosas o no-,
sí supe
de tantos casos,
muchos conocidos
muy muy cercanos;
algunos que, quizás,
pudieron haberse evitado,
¡tal vez, pudieron ser muchos menos!
pero ellos mandan,
ellos, en su paraíso particular,
deciden, lo deciden todo
los mismos que cuando te señalan
¡adiós!
sabemos ya del adiós a la tranquilidad,
con montones de delincuentes sueltos,
adiós a la salud, a nuestra supuesta
salud;
nadie menciona, -tampoco yo lo hice-.
a los médicos, extenuados
por trabajar tanto, arriesgando su propia vida
para ganar tan poco
y puta madre!, nunca siquiera
lo asumi!
y lo sabía;
si no lo digo yo,
si no lo decimos
los que decimos
¿quiénes lo harían?
en fin, vi o supe de injusticias,
mentiras, maltrato,
hipocresía, falsedad,
doble moral
¡y más, tanto más!
yo sabía y desde hacía tiempo
de la proliferación de miserias:
económica, cultural,
humana.
Y, claro, también callé.
Por temor, por desidia;
hasta que llego el día en que me odié por mirar
a través de la mirilla,
por no cruzarme
con algún "contagiado";
¡ellos deberían haberse cuidado
de mí!
de mis fobias,
de mis excesivas precauciones,
¡de mi silencio!