Ni mi nombre,
mejor así.
Tal vez,
si lo recordaras,
-o así te lo propusieras-,
me alcanzaría
¡otra vez!
tu flecha punzante,
chorreando tu veneno.
O lo intentaría.
Cuando pienso
en que las cosas
terminaron horribles
enseguida me contradigo
porque descubrí, descubro
todo lo que aprendí;
si bien
yo recuerdo, recordaré siempre
tu nombre,
ya no será
inundada de todas aquellas lágrimas,
lágrimas densas, indetenibles,
lágrimas que penetraron
de tal modo
que mis ojos habían abandonado
su típico brillo;
pues, mi espíritu
se reflejaba en ellos, quebrantado,
desnudo de ilusiones.
¡Había perdido el sentido,
el ímpetu, el amor a mis queridísimas aliadas:
las letras, el amor a la vida!
Larga, muy ardua
fue esta recuperación,
¡esta resurrección!
A diferencia tuya,
me empeño en no olvidarte,
para no repetirte, para no repetirme,
¡demasiada infelicidad
por un poco de pasión,
un vínculo enfermizo,
plagado de heridas!
De todos modos,
te agradezco,
necesitaba padecerte
para valorar cuestiones
que había dejado pasar,
que ignoraba o había abandonado.
Agradezco todas esas "verdades" crueles,
toda esa agresión, todo ese rechazo
-luego de haberte sido, al parecer,
muy útil, durante tanto tiempo-.
Agradezco que no me ames,
que nunca me hayas amado,
que nunca lo hagas;
¡pues todo eso me convierte en una persona
mucho más fuerte, más segura,
eleva mi autoestima!
De tanto intentar
enamorarte, deslumbrarte,
deslizarme dentro de ese pétreo corazón,
me hice trizas.
Pero, insisto,
te lo agradezco.
Hoy me siento capaz
de enfrentarme a lo que sea,
a los cambios, a los problemas,
las pérdidas, las carencias,
las injusticias,
¡al miedo!
¡gracias por tu maltrato,
gracias por fingir que sentías lo que no sentías,
gracias por tomarme como a un juguete,
para luego descartarme, como si tal!
¡hoy me siento mucho mejor
conmigo
y tan aliviada de tremenda carga!
¡gracias infinitas
por sin proponértelo,
ayudarme a crecer!