Sé bien
qué hay detrás de esta bruma;
pero no
de la bruma detrás
de la que insistís en ocultarte;
puedo imaginar
los edificios, las casas, los árboles,
puedo verlos
como si nada los cubriera;
pero no puedo,
-tal vez, me haya cansado de intentarlo-,
despejar
esos rollos mentales,
ese miedo
a ser invadido (???);
cuando tus propios temores
te oprimen más que el frío, la humedad
de este invierno helado;
¡el tiempo pasa tan velozmente!
y cada reinicio
es el inicio de una nueva despedida.
¿Por qué
te proponés alejarme?
me asquean
tus aires de superioridad,
¡una persona inteligente!
¿quién diría?
¿cómo podés caer
en esos bajos, previsibles
recursos?
no va más.
No podemos,
no puedo.
¡no quiero!
cualquiera de esas frases
sería mejor
que esta cuestión de inventar
distancias, entornos disímiles,
cuando antes,
-hace no tanto-
no parecían
afectarte.
(Al menos, no me lo hacías saber)
Me gustan las personas
que son lo que muestran
y lo que demuestran;
que no inventan escapes,
salidas de emergencia,
que no ahuyentan
lo que en verdad,
desean.
Me gustan
los que no se entregan
tan fácilmente;
los que se la juegan,
los que la pelean,
y no los que siempre tienen las valijas listas
para huir de todo sentimiento, afecto, pasión,
lo que fuera.
Intenté sacarte del pozo
cuando la cuarentena:
¿te acordás?
un año, dos, atrás.
¡Creí lograrlo!
saliste de tu letargo,
del sarcófago
en el que vos mismo te habías amortajado.
Estabas feliz
o eso me escribiste.
Ahora
que perdiste el miedo,
que confiás en esas mil vacunas
que te aplicaron
¡chau, yo!
volvés a subirte
al sitial que alguna vez
ocupaste
y a recordarme
que el mío
está muy muy por debajo;
¡qué imbéciles
son algunas personas!
en el último escalón,
muchas veces, demasiadas veces
está la verdad,
la empatía,
el amor,
¡la vida!