Saben
sobre mecerse suavemente;
acerca de no esperar,
de continuar, persistir
en sus designios;
saben
sobre recogerse
cuando los sacude el viento fuerte,
si arrecian temibles tormentas;
saben
florecer
sin por ello, envanecerse;
saben
hallar el silencio,
aun en sitios bulliciosos;
saben
de despojos, de pérdidas,
así, nada les asegure
un próximo resurgimiento;
ellos,
ellas,
árboles,
plantas
¡nos enseñan tanto!
a habitar el instante,
a continuar pese a todo,
¡a nosotros
que no podemos parar la cabeza!
que no sabemos ni queremos
relajarnos;
le tememos a todo,
no aceptamos las pérdidas,
no creemos, tantas veces,
en un próximo renacimiento;
si llegamos a sentirnos fortalecidos,
mejores, más bellos
nos vestimos
para mostrarnos,
ocupados únicamente
en nuestra apariencia,
-aunque por dentro
estemos deshechos-;
¡qué poco sabemos
de humildad!
ignoramos el modo
de pasar de la desdicha a la alegría
y viceversa;
¡cuánto nos falta!
¿cuándo creceremos,
cuándo aceptaremos,
nos fortaleceremos
de verdad?
nos aburre el silencio,
nos perturban los ruidos;
entretanto,
ellos continúan siendo,
plenos de foresta,
cuando sus hojas caen,
día tras día,
o desnudos,
en invierno;
nosotros
ni advertimos, en ocasiones,
sus naturales, bellísimos, cambios,
de tan ocupados
que estamos
intentando sostener una aparente equilibrio
atrapados en nuestro frágil,
patético
universo.