Uno
se vuelve grande.
Digo grande
refiriéndome a los años,
con sus achaques,
sus temores, sus tocs.
Sus limitaciones.
Se puede ser grande
de edad
y pequeño, muy pequeño
de espíritu.
El espíritu
no festeja tiempos,
(podría ser infinito);
no tortas con velas,
nada de tres deseos,
una vez al año.
El espíritu crece,
jamás envejece
si no lo permitimos;
si lo dejamos libre,
trepando por esas nubes blancas
con distintas formas,
oliendo el perfume
de todas esas flores,
trepando a los árboles,
-no importa la estación-;
caminando por las mismas calles
pero siempre, siempre
hallándolas distintas;
el espíritu crecerá
y no tendrá achaques, ni temores,
ni tocs.
Ni limitaciones.
Desoirá
el palabrerío vano
de nuestra mente,
inmersa en tantas influencias nefastas,
preconceptos, tabúes, falacias;
el espíritu
-depende de nosotros-,
no caerá en lo bajo
de la mugre cotidiana;
se sobrepondrá a todo,
su poder será insuperable,
jamás sucumbirá,
ni por un momento.
Si no lo detenemos,
nos invitará a caminar de su mano
por esas mismas calles
pero siempre ¡siempre!
hallándolas distintas;
el espíritu sí recibirá obsequios:
nuestro empeño en no rendirnos,
en seguir luchando
asidos, firmemente,
a nuestros sueños.
El espíritu, entonces,
vencerá al deterioro,
extenderá su manto luminoso
sobre la misma muerte,
¡eternizándonos!