Donde ella
está,
suenan las campanas
de las iglesias vecinas
y también lejanas;
las flores
emanan un aroma especial
que se percibe
aún a la distancia;
cuando ella
sonríe,
pájaros jamás vistos
aparecen, de pronto
y con sus trinos
corean la fiesta
de verla tan feliz;
ella
no tiene más
que lo necesario.
O sí:
lleva dentro suyo
palabras, melodías,
poemas, canciones
que un día
alguno o nadie
leerá, escuchará;
a ella no le importa
eso.
Su mente, su espíritu
se desliza entre silencios,
los convierte en frases insospechadas,
los desborda;
ella
no es joven,
ni vieja;
a nadie
importan sus años,
aunque a muchos
parece interesarles a qué se dedica;
ella los mira
desde otra perspectiva:
como si no estuviera allí,
a unos pasos.
Su ser
siempre está viajando,
conoce infinidad de paisajes:
villas, pueblos, ciudades;
conoce todos los mares del mundo,
todos los ríos, lagos, desiertos,
bosques, montañas, praderas;
sin necesidad de moverse
del mismo sitio;
le basta con un árbol nuevo, añejo,
con un manojo de hojas secas,
una guirnalda
de flores silvestres,
¡le basta
con mirar el cielo
y ver pasar a esas aves
en perfecto cortejo!
todo es nuevo
para ella,
así lo vea día tras día,
así lo conozca desde hace tiempo;
sus ojos
transforman el gris más lúgubre
en un arco iris imperecedero;
ella
se siente sola,
muchas veces.
Algunos
la creen rara, hasta loca;
ella
es diferente
aún
respecto a ella misma;
es otra
cuando escribe,
cuando compone;
o es mucho más
ella misma
cuando sus inquietos dedos
saltan sobre el teclado,
sobre las cuerdas de la guitarra.
Ella
un día se irá,
pero nunca lo hará del todo.
Quedará su marca indeleble
en las tantas historias,
en las tantas melodías;
en sus anécdotas,
en su inigualable empatía,
en su amor,
verbal, escrito,
en su voz cantarina,
que los pájaros más extraños
auspiciarán
por estos lados,
por aquellos,
para que nadie, nunca
la olvide.