Lapiceras,
cuadernos,
siguen buscándome,
¡no me dejan dormir!
saben
que algo puedo o podría
aportarles
si no es en este día,
mañana o cuando sea;
paso junto a ellos
y los evito,
en especial
en esos momentos
en que veo todo negro,
imposible, triste;
ellos permanecerán ahí,
también entre mis pensamientos,
pensamientos en blanco
dispuestos a ser completados,
traducidos,
compartidos
a través de algún dispositivo;
aun cuando finjo ignorarlos,
ellos saben como tentarme,
siempre saben;
cuando dejo de resistirme,
las palabras se apresuran
por alcanzar
cierta idea, algún reto,
una historia;
siempre habrá
algo o mucho de todo eso,
siempre
que me sea posible
les daré esta parte de mí
que atesoro desde pequeña;
siempre estará ese cuento,
ese poema, esa narración
¿ficticios? ¿reales?
de todo un poco,
de un poco, casi nada;
si despierto
con este tipo de enredos
en mi fatigada cabeza
seguramente
le seguirá a ello
algún escrito,
una frase, varias,
para pensar, para sentir,
¡para soñar!
¡para vivir
o rever la vida!
¡tanto que no digo
está en esos renglones!
esto no es solo diversión,
ni ocupar el tiempo,
ni justificar la existencia:
es compañía,
es refugio,
es incentivo,
"entendimiento";
buscar en otras personas,
en otros sitios,
esa empatía universal
-quizás, un modo
de sentirme menos sola-;
pues a todos
nos suceden o no
cuestiones parecidas:
todos respiramos
-los que todavía podemos hacerlo-,
amamos, dejamos de amar,
somos dejados,
perdemos,
recuperamos,
habitamos
la incertidumbre:
-hoy somos mucho más conscientes
de ello-;
todos o casi todos
nos sentimos fuertes, seguros,
luego, débiles, temerosos;
por eso, la vigencia de tantos clásicos,
por eso, acudo a ellos
cuando necesito "comprender"
y descubro o redescubro que el hombre
siempre, desde el principio de los tiempos
navegó,-en ocasiones naufragó-,
en medio de cavilaciones
que comulgan, diría casi en su totalidad,
con las de tantos
de nosotros.
O con las de todos.