Pasé otra vez,
siempre un atavío diferente:
más, menos campanillas,
en ocasiones, cerradas,
sin flores, luego de grandes vientos
o tormentas;
pero vuelve,
siempre vuelve;
permite que se cuele
ese poquito de vida,
ese aliento
que es mucho,
que es todo
para los espíritus atentos;
no dejo de mirarla
a pesar de que lo ignora;
¡mas yo la necesito!
aparta de mi mente los pensamientos temerosos,
las ideas anticipatorias;
me aleja del absurdo cotidiano,
de las noticias nefastas;
ella, como los tantos árboles
que rodean las vías
me remiten
a los corifeos
de las antiguas tragedias:
estaban, están presentes
clamaban, claman lo que en verdad
acontece o va a acontecer;
así, pocos
reparen en su presencia,
así, los personajes los desoigan;
como las flores violáceas,
como las hojas amarillas, ocres,
del deslumbrante otoño:
a ellos no importa
si alguno o varios de nosotros
reparamos en su existencia;
cumplen su misión,
su ciclo natural,
no solo refrescan,
tampoco son un mero adorno:
¡claman verdades mudas!
perceptibles,
únicamente
por los que saben,
desean escucharlas.