A las aves
no importa
si prestás o no atención
a su trinar;
si atendés o no
a su canto;
ellas saben
o no
lo que tienen que hacer,
lo que son
o no.
Comparten, claro,
ese "desinterés"
con la naturaleza toda;
la flor, aun la más bella de todas,
jamás espera ni lo hará
tu aceptación, tu elogio;
ni siquiera
notará tu mirada,
absorta o indiferente;
estará allí
el tiempo que le toque,
será semilla,
tallo débil,
florecerá un día, varios,
en toda su magnitud;
será agitada, ferozmente,
por ciertos vientos,
empapada
por lluvias intensísimas
y si así debe ser
volverá,
renacerá.
No se ocupará
en si estas mutaciones
son observadas
por vos,
por mí,
por ninguno;
deberíamos, quizás, aprender
cuando dramatizamos tanto
un posible desdén,
una demostración
de insensibilidad;
la "ceguera" de otros
ante cualquiera o alguna
de nuestras transformaciones,
de nuestros conflictos,
de lo que fuera;
pues ¡el yo interior
estará al tanto!
lo percibe, lo percibirá,
si estamos atentos
o continuaremos nuestro tránsito
"ciegos" también,
ante todo eso bueno
que hacemos, hicimos;
a nuestros cambios,
¡nuestros, en ocasiones, trascendentales cambios!
¿cómo podemos resignificar a otros
si no lo hacemos
con nosotros mismos,
si perdemos el tiempo
empeñados
en buscar, obsesivamente, un reconocimiento
que en tantas ocasiones, nunca llega?
los que se auto-valoran,
los que son conscientes de sus méritos,
brillan de un modo especial.
¿Saben quién puede verlo?
quien al haber extirpado
esa ancestralmente perversa
contaminación mental,
¡reacciona!
y logra, también,
auto-valorarse.