Trato de no
pensarte.
El universo
se oscurece,
la natura
pugna por sobrevivir
como nosotros.
Es inútil
evocar besos, gestos especiales,
únicos,
encuentros mágicos
que no volverán.
Ya no pienso en ello
-o intento no hacerlo-;
me impuse, incluso
no soñarte.
Sé que muy dentro mío
arde todavía la chispa
que un día logró superar
tanta distancia,
tantas incompatibilidades,
tantas cuestiones
sin resolver,
sin ganas,
¡con tantas ganas!
de resolverlas.
No me resulta tan simple
con los sueños:
el subconsciente
se resiste al olvido;
pero luego
¡ese despertar
y vos tan lejos!
no importa ya
con quien, cómo, dónde
estás;
importa
ese cada vez más débil
rastro de tu perfume,
ese cada vez más débil
sentimiento,
esa antigua pasión
cayendo y cayendo
como castillo de naipes
y nosotros,
como siempre
no haciendo nada
para sostener
esa magia
que nos unía
y separaba
al mismo tiempo;
en fin,
la primavera
está acercándose;
-lo supe esta tarde-:
regresaron esas increíbles flores color fuccia
en el cerezo que tengo la suerte de observar
detrás de mis ventanas,
cuando camino por esa calle;
son solo unos días
y las flores caen,
desaparecen,
retornan las ramas desnudas
a la espera del inquietante verano.
Falta.
Falta mucho.
Aunque el sol comienza a arder
con más y más fuerza.
Pero ahora es de noche.
Acecha una tormenta,
dijeron por ahí;
¿será hoy? ¿será mañana?
el cerezo
se volvió invisible.
La tormenta
en mi alma
podrá más
que los relámpagos,
la lluvia, el viento.
Mañana será otro día,
el cerezo
seguirá ignorando
el por qué
de su existencia,
de la de otros,
de mi mirada ávida,
de mis enredados
debates internos;
-y yo...
también-.