Lo reconozco.
Imaginé
siempre cosas espantosas,
siempre viviendo
lo nuestro o lo mío o lo tuyo
con desconfianza.
Fui un Sherlock Holmes
en vano.
Luego,
muchos años después
entendí,
entiendo
que no importa
con quién, qué hace,
qué dice, qué promete
o deja de prometer
el o la que sea.
Importan
los hechos.
Y muchas veces
los hechos me demostraron
lo contrario
a las telarañas
que entretejía mi mente
¿perturbada?
¡asustada,
desconfiada!
siempre atenta
a un próximo final
que yo misma
ocasionaba.
¡me parece increíble
desde este tiempo,
desde este lugar,
desde esta experiencia!
todos son culpables
hasta que se demuestre lo contrario,
parecía
ser mi consigna de
¿vida?
¡no era vida,
no lo era!
esa ansiedad anticipatoria
constante,
ese negarlo todo
antes de que el otro terminara de explicar
lo que fuera;
esa búsqueda, no sé si inconsciente,
del fracaso, de la pérdida,
¡del todo mal!
nada me convencía
de lo contrario,
así tuviera todos los elementos
que me indicaran que una relación funcionaba,
que no había engaños,
mentiras, fabulaciones;
¡yo misma las fabulaba!
¡esa maldita manía
de armar historias!
positiva, en algunos casos,
para las ficciones;
en otros,
exterminadora de cualquier posibilidad,
selladora de labios,
de explicaciones,
¡solo yo podía poner las palabras, equívocas o no,
según lo que yo misma había inventado!
hoy
intento escuchar,
perdono más,
entiendo más,
espero más,
confío más.
Sobre todo,
en el transcurrir de las cosas,
de los hechos
sin necesidad,
en absoluto,
de esa casi siempre inútil
y/o destructiva
"investigación".