No es que se nace
y de la nada,
una lapicera, un papel,
un lienzo, una paleta de colores,
un instrumento, una planta,
un mueble de madera,
una tela, un ovillo de lana,
una torta, una taza de café,
un ladrillo, un muro,
una lámpara, un cable,
una tiza, un tubo de ensayo,
un señalador, un libro,
una idea,
una capacidad determinada,
un afán por arreglar objetos,
imaginarlos, inventarlos;
uno nace.
Con el tiempo,
las distintas conexiones
con otros, con sus costumbres,
conocimientos, prácticas;
con las propias,
con su entorno,
con otros,
con sus maestros,
profesores, amigos, familiares,
vecinos,
con su barrio,
con las rutinas de sus habitantes,
de sus comerciantes,
con sus productos,
con su manera de vincularse
con uno, con todos,
uno nace.
Y una incalculable
información
va penetrando,
en poco, más tiempo
en su mente,
vacía de conflictos,
pura, inocente,
rodeado de muchos
o de nadie;
pasado el tiempo
de la "incomunicación",
comienza a aprender
una lengua que le es habitual oír,
expresiones que los incitan a...
-la lengua materna,
se dice-.
También la paterna,
la de sus hermanos,
más allá
de aproximarse,
en poco tiempo,
a los medios de comunicación,
televisión, celulares, computadoras;
sitios virtuales
que contribuirán para mal, para bien
en esa organización de un entramado mental
aun siendo muy joven, ávido de aprendizaje
o simplemente,
de entretenimiento,
por curiosidad,
por no sentirse apartado
de sus compañeros de clase,
de sus amigos,
del mundo.
Uno nace.
Y toda la información
va llegándole.
La información
que eligen otros
que no sabe en dónde están
y cuál es su propósito.
Así, queda expuesto
a miles de situaciones riesgosas,
también, enriquecedoras;
hay de todo
en el universo real, digamos,
como en el virtual.
La belleza, las afinidades,
los afectos, la pseudo-confianza en quien sea,
la desconfianza
que provocan, incitan
estos medios tecnológicos,
se aúnan con la que se generan, habitualmente,
con un conocido, un colega, un compañero,
en la calle,
en un bar,
en un boliche,
en una biblioteca,
en la Universidad,
en un ámbito laboral, de estudio,
a distancia y sin distancia;
todo pasa a conformar
a ese ¿humano? en que uno se convierte.
Las emociones, las reacciones,
los errores, las distracciones,
los esfuerzos,
a veces en vano,
otras veces,
provechosos;
los amores
duren lo que duren
terminen
como terminen,
haya sido esto previsto
o no;
las discusiones,
los distanciamientos,
los temores;
los padecimientos
psicológicos, físicos;
¡somos un conglomerado
de circunstancias, vínculos con personas de todo tipo,
pensamientos, axiomas!
algunos que nos inculcan,
otros, propios
-o ¿quién sabe? heredados-;
sueños que solo son nuestros (?),
sueños que responden a vivencias
relacionadas con algunos que ya no están,
que siguen estando,
que influyen de una manera u otra en nuestra psiquis.
Esto y tal vez mucho más y menos
es lo que somos.
Para mal,
para bien.
En definitiva,
sería bueno escoger
lo que nos plazca,
-en un supuesto ambiente de libre elección-,
ser
lo que deseemos, estemos destinados
a ser:
según nuestra vocación,
habilidades, talento, convicciones.
Y no guardárnoslo.
Entregarlo.
Entregarse.
Y es todo.
Lo demás,
depende, precisamente,
de loS demás.