El poeta,
cultor de las utopías,
inclina su cabeza.
Entonces, ¡le llueven tantísimas palabras!
palabras
que fervorosas,
transforma en frases,
poemas, otro tipo de escritos;
trabaja incesantemente,
pues sus ideas
no cesan de desfilar
intermitentes,
clamando por surgir,
quizás, por ser leídas
quien sabe por quién
quien sabe en qué sitio;
pues eso no le importa;
sacia su espíritu, su ímpetu en decir
y sonríe,
feliz o amargamente
según se de;
el poeta
nunca cesa de escribir,
así no se lean sus letras,
así él mismo, en ocasiones,
las rechace, las niegue, inclusive,
se enoje consigo
por haberlas colocado en ese blanco
al que tantos, pocos o ninguno
asistirán.
El poeta
no puede renunciar,
no debería.
Es la voz de los que callan
tantas cosas, tantos amores, deseos,
tantas bellas palabras
que anhelan pronunciar,
escribir,
mas se detienen.
¿miedo?
¿vergüenza?
el poeta
ignora la respuesta;
sigue y sigue transmitiendo
lo que tantos callan,
los que a pesar
de que sus corazones ardan,
no resistan más tanto
silencio,
al leer, abrazar las palabras
del poeta desconocido o conocido
alivian sus tribulaciones,
suavizan esa dolorosa sensación de soledad;
por el contrario, el poeta
no teme a la soledad,
¡es su gran aliada!
en su compañía, transita por muchísimos recuerdos,
por las imágenes, las personas, los hechos
que lo atravesaron en ese, en en otros días;
siempre habrá una lapicera, un papel
para encauzar esas experiencias;
¡su propio universo!
a veces tan poco comprendido,
su creación,
su invocación
a imaginar,
emocionarse, sentir
pero también
actuar,
vivirlo todo
intensa, apasionadamente.