El cielo,
los árboles vestidos de otoño,
la casa de las tejas rojas desgastadas,
los edificios de enfrente,
el tren,
cada vez que pasa,
quizás,
las personas que viajan en ese tren
o en algún otro,
me miran.
Todo está allí
como todos los días.
La cotideaneidad
suele ser confortable
pero aburrida.
¿Por qué quiero salir?
¿por qué busco excusas para salir?
antes,
me inspiraban esas miradas.
Ya no
o no tanto.
Años atrás
hubiera delirado ante una vista como esta.
Hoy no me sucede.
Los años lo transforman todo
y lo que me parecía maravilloso
lo era porque no lo tenía
y creía que jamás lo conseguiría,
¿quién sabe?
pasa con el amor,
claro.
Aquel que está lejos,
absolutamente inalcanzable,
a quien importé tanto
hasta que no importé nada;
aquel
con el que todavía
sueño en los días
y en las noches
ese
será el objeto de deseo,
al que no se olvidará fácilmente,
salvo
que se diera un encuentro, una coincidencia,
¡una nueva oportunidad!
mas entonces,
al tiempo,
sucedería como con el cielo,
los árboles otoñales, la casa de las tejas rojas desgastadas,
los edificios de enfrente, cada uno de los trenes que pase,
las personas que viajen en ellos;
es decir,
ya no me produciría
delirio, ni inspiración,
¡ni deseo,
ni amor!
Supongo que nos sucede a varios:
sufrimos, nos malhumoramos
por aquello que no poseemos,
por aquel, aquella a quien no logramos acceder,
aquel, aquella
que nos ignora,
que ni siquiera,
probablemente, nos piense.
Sería bueno intentar la revalorización
de lo que sí tenemos,
de aquellos que sí están con nosotros,
quienes se interesan
por nuestra salud,
nuestros estados de ánimo,
-aun fluctuantes-
y nos aceptan,
no pretenden cambiarnos;
nos eligen
a pesar de y a pesar de...
también
cuando nuestra cabeza, nuestra imaginación
escapa hacia otros sitios:
en ocasiones,
países lejanos en que habitan personas imposibilísimas;
aunque lo sepan
o lo intuyan,
lo comprenden,
lo aceptan.
Y su abrazo siempre está y estará
para aliviar las tantas contradicciones,
los innumerables inconformismos
de nuestro difícil día a día:
al lidiar con lo de siempre,
en tanto, padecemos
por lo que consideramos
ser incapaces de obtener.