Y sí.
Por más que me lo proponga:
ahí siguen tus palabras,
tus comentarios,
esos emojis
que renovaban mis ganas de sonreír,
no digo todos los días
pero muchos, durante un tiempo
un tiempo
que podría considerarse breve
pero en mi corazón
se hizo mucho más extenso,
por lo inolvidable,
por ese recordarme
que aún estoy por acá,
que sigo viva
que sigo sintiendo cosas,
muchas cosas
que creía olvidadas,
que creía eran o son para otros,
-que de hecho,
consideraba privativas
para mí-;
que remitían, remiten a otros tiempos,
otras personas, otro modo de encarar la vida,
las acciones, el sentir...
tiempos
en que no escribía tanto
y hacía más,
en que no contaba tanto
pero vivía más,
en que no hablaba de todo esto ni de mucho más
porque sabía mucho menos sobre cuestiones literarias
pero soñaba más;
mis escritos eran entonces
absolutamente espontáneos,
mucho más vívidos,
apasionados, hasta riesgosos...
En fin,
este tormento
de tenerte todavía en un rincón,
-ya no un "rinconcito"-
del alma,
de los deseos ocultos,
por lo general, imposibles,
revive en mí
cada tanto;
puede que esté regresando,
como lo expresé en otro escrito,
al paraje inmundo de la autocompasión;
algo de eso hay y habrá en este
y seguramente en otros textos;
es que extraño tus mentiras:
tan evidentes pero tan incentivadoras;
extraño tu magia,
la magia de tus ojos, de tu voz,
de tu juventud activa, ávida;
extraño hasta tu ignorarme,
esa espera de un nuevo contacto
ese decir, tantos decires
que quedaron sin respuesta.
No se preocupen,
-no me preocuparé tampoco-,
seguiré contándoles
sobre ese encuentro inesperado
que se transformó en desencuentro
al parecer,
sin retorno,
¿dependerá de mí?
quizás.
No me haré demasiadas expectativas,
no por acabar con la autocompasión,
sino por prolongarla
hasta el olvido,
(si es que el olvido existe).