Cuando éramos tan diferentes
y por ser tan diferentes
nos marginaban,
-siempre por lo bajo,
siempre disimulando...claro-.
Cuando
nos encontrábamos un rato antes
de entrar a nuestro lugar de empleo
en ese café,
no muy confortable
pero que nos servía de refugio,
el impulso necesario para ingresar a ese lugar
que definitivamente, no era el nuestro ;
¡cuánto nos reíamos, pese a todo,
por todo, por nada!
¡cuánto disfrutábamos
de nuestra compañía!
lamento
que esa amistad haya durado tan poco
¡y no recordar
cuándo ni por qué terminó!
algunas lágrimas
me trae este recuerdo:
el de una amiga
que me quería realmente;
que me tomaba de la mano
cuando lloraba por esto, por aquello,
que me daba fuerzas
¡nos dábamos fuerzas
la una a la otra!
nadie comprendía
pero nosotras sí.
Añoro esa felicidad genuina,
esas corridas juveniles
por las imponentes escaleras;
eso de tomarlo todo
con naturalidad,
sin especulaciones,
sin resentimientos,
sin malos pensamientos
ni siquiera destinados a esos seres
refutadores de todo lo que importa.
¡Y sabíamos que nos criticaban!
en fin,
hoy la cabeza, el corazón
me trajeron tu recuerdo,
Teresita:
no te comprendían
las que se consideraban "normales",
¡almas oscuras:
juzgadoras, prejuiciosas,
hipócritas!
para mí
eras mi mitad
porque siempre sabías
exactamente lo que me pasaba.
Cuando fue aquello de aquel,
-ya sabés a quién me refiero-
supiste darme la palmada justa
en la espalda,
hacerme reír y reír
hasta el cansancio
o el no cansancio.
Yo no era alguien más.
A partir de haberte conocido
dejé de sentirme sola
por mucho, mucho tiempo.
Quizás, algún dios o el destino
te enviaron a mi y me enviaron a vos
porque encajábamos,
porque nos necesitábamos,
porque nos importaba
a una de la otra;
sin fingimientos,
sin obligaciones,
cuando fuera, donde fuera
la contención mutua
no tenía tiempo ni lugar,
casi sin necesidad
de preguntarnos nada.
¡Si no se diera así,
no existiría!
no existe, no debe, no debería ser
de otro modo
la amistad verdadera.