Todos tenemos o creemos tener
una vida.
¿Pero qué significa
eso?
¿una casa, otros bienes -o males-, uno o varios amigos,
una pareja, una o varias salidas,
festejos,
viajes a lugares, parajes exóticos,
éxitos, fracasos, algunas alegrías,
quizás, apenas un manchón de naturaleza
en medio del cemento,
una bandada de pájaros
que van y vienen,
vienen y van?
¿libros, películas, otros intereses,
aficiones, atracciones, ideas,
inclinaciones, hobbies,
probablemente, una vocación?
si es todo eso
más o menos,
claro
que tuvimos y tenemos una vida,
aunque, sin lugar a dudas, pende
de nuestra espalda
una mochila inexorable:
el halo fétido de la muerte,
siempre al acecho,
deslizándose en la nube de la incertidumbre,
para que sigamos peleando
o no haciéndolo
creyéndonos eternos
o casi;
la muerte está siempre presente,
así no se vea, ni se desee pensar en ella,
así nos convenzamos
de que llegaremos a ancianos,
muyyyy ancianos;
mas paradójicamente,
hay quienes portan proximidad de muerte desde tempranas edades
y la vida es la que cuelga de sus espaldas
esperando o no
que la reinicien, la rediman,
la sustenten:
ahí la muerte se enseñorea,
goza de su fiesta macabra por anticipado:
¡otro y otro y otro más de tantos a los que no habrá que esperar!