jueves, enero 16, 2025

De madres, de hijas, de magia

 ¡No estés triste!

 quiso decirle


 pero la retó,

 ya ni recordaba por qué motivo,


 -siempre lo hacía-.


¿Tal vez, de ese modo regresaba  

a sus propios padecimientos,


algunos de los cuales ocultaba

desde hacía tantos años?


lo cierto es que le dijo que caminaría un poco,

no tardaría.


Su hija.


¿Qué no daría o no haría por ella?


sin embargo,

últimamente no sabía, -o no deseaba intentarlo-,

sostener, siquiera, una simple conversación


que no se convirtiera en pelea,

en ocasiones, a los gritos, donde fuera.


Se quedó esperándola

en ese bar, al que concurrían siempre.


No tardó demasiado.


De todos modos,

le reprochó haberla "abandonado"


pues, según ella,

ese era SU día de paseo.


La hija, sosteniendo la misma mirada triste,

le dijo que también era su día, en verdad el de todos

los que las circundaban, en el café, en la calle, en la plaza,


en el mundo.


Hasta que un sonido

indicó a la joven que tenía un mensaje

en su móvil.


Se fijó, sin demasiadas expectativas.


Y...¡sorpresa!...era él, un joven, al parecer

encantador


que había conocido, hacía no mucho tiempo,

a través de las redes


y le escribía todas esas cosas lindas,

le preguntaba por sus cuestiones,

cualesquiera que fueran,


¡demostraba un evidente interés!


y ella se había atrevido

a  indagar, también,

aunque con ciertas reservas.


-No estaba habituada

a que se ocuparan demasiado

y de verdad


en sus aficiones, sus empeños,

sus deseos.


La madre advirtió esa sonrisa

que le devolvió a aquella hija, la de antes,


la que se veía feliz

siempre -o casi-.


Y olvidó su rabia

por haberla esperado,


aun tratándose, según consideraba,

de SU día...


El rostro de la chica

se había iluminado.


Entonces, la anciana

se lo señaló


mas contrariamente a lo que se hubiera podido

o su progenitora hubiera podido imaginar,


la hija no se enojó ante ese comentario

y le contó acerca del motivo de tanta alegría repentina.


Se llamaba, se llama: "magia". 


Claro que esto no pudo ni podría explicárselo.


Ni a sí misma.



Cristina Del Gaudio

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