Cuando se ofrece
una mano amiga,
-o que intenta serlo-,
a través de una palabra
alentadora,
un gesto,
una cita memorable
que casi
ni se recuerda;
cuando se insiste
en elogios,
mucho corazón,
mucho exaltar,
¡mucho de mucho!,
sospecho.
Será por no estar habituada,
será por haber confiado, en un tiempo,
¡demasiado!
para luego, llorar
¡demasiado!
no digo que las palabras
sean vanas,
-no podría afirmarlo justamente yo
que no sería quien soy,
no pensaría como pienso
sin ellas-;
claro que las expresiones,
los poemas, las historias
importan,
nos hacen "ver",
nos acompañan
¡tantas veces!
pero no bastan,
apenas "decoran"
en el marco de un posible vínculo;
no se sabe
quién está detrás de una exquisita verborragia,
de unas líneas
elogiosas,
hasta insinuantes,
cuasi "afectuosas".
Importan los hechos,
el "detrás" de esa verba;
comenzaría por el interés:
-¿cómo estás?
-¿cómo te sentís hoy?
-¿a qué te dedicás?¿te gusta lo que hacés?
-¿cuáles son tus sueños,
cuáles, tus proyectos?
y que esa indagatoria
sea un ida y vuelta,
-se de para ambos interlocutores-.
Dirán:
¿cómo saber, de todos modos,
si no nos están engañando?
arriesgándose.
Un encuentro, quizás más de uno
podrían ser reveladores.
De todos modos,
ningún decir ni comportamiento ni nada
de alguien a quien apenas conocemos
es absolutamente confiable;
esa confianza,
ese apretón de manos cálido,
ese abrazo,
lo que suceda o no luego
deberían aportarnos más y más
de la persona en cuestión;
aún así, lamento comunicarles
que nada es seguro ni definitivo:
todos podemos cambiar,
todos podemos transformarnos
-o transformar parte de nosotros-,
para bien, para mal,
para fingir...
aplica, además, a los que creen conocernos,
-algunos, muy bien y desde hace tiempo-
los que están muy pero muy seguros de que siempre
seremos los mismos,
de que por siempre jamás
podrán contar con nuestro apoyo,
nuestra palmada en la espalda,
¡nuestro empeño en aliviar sus penas!
no es tan así.
Mucho menos, cuando probablemente,
algún día
apenas
podremos con las propias.