Abrir
una ventana
y ver el cielo azul,
el sol,
¡esos pájaros
danzantes, con su coreografía perfecta!
ver
el, los árboles,
las casas, los edificios,
imaginar por un instante
sus existencias,
sus hábitos,
¡cuán iguales,
cuán diferentes a los nuestros, a otros!
existen tantas realidades,
tantos que viven,
tantos que creen que viven
pero no;
¡tantos que intentan vivir
como pueden!
se huele a supervivencia
en las calles,
si se está atento,
si se sigue siendo humano,
si el consumo,
el afán desmesurado de consumo
no nos consumió
del todo;
son mínimas
las cosas que nos alegran el día;
son mínimas
y tenemos la suerte de gozarlas;
¡estamos vivos!
cada uno con sus problemas
pero también sus alegrías:
un beso de un ser querido,
una tostada, un mimo,
un abrazo de un hijo, de un nieto,
de un amigo,
de un conocido;
mas hay tantos que están tan solos
aun rodeados de personas;
¿qué hacer con ellos?
¿cómo explicarles?
¿cómo devolverles
su antigua felicidad,
su sentido, sus ganas,
sus abandonados intereses?
es muy difícil.
No todos son capaces
de ver dentro suyo
y también fuera
de sí mismos;
no todos
ven un mundo
a través de una ventana,
estén donde estén,
sea cual sea el tamaño de la ventana;
no todos.
¿No pueden?
no sé.
Hay personas
que sí tienen verdaderos padecimientos,
¡terroríficos padecimientos!
en su día a día,
todo, absolutamente, desmoronándose,
sin embargo,
tienen espacio
para un pensamiento optimista,
¡hasta esbozan una, varias sonrisas
en medio de sus miserias!
es curioso
que se deba perder todo o casi todo
para quizás, recuperar,
siquiera, poco a poco,
la esperanza,
los sueños,
¡la revaloración
de la vida!